2 Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores
es que sean fieles.
3 Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o
por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo!
4 Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo
justificado. Mi juez es el Señor.
5 Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor.
El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los
designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la
alabanza que le corresponda.
6 En esto, hermanos, me he puesto como ejemplo a mí y a Apolo, en
orden a vosotros; para que aprendáis de nosotros aquello de
«No
propasarse de lo que está escrito» y para que nadie se engría en
favor de
uno contra otro.
7 Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas
recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo
hubieras
recibido?
8 ¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin
nosotros! ¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con
vosotros!
9 Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el
último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo
para el mundo, los ángeles y los hombres.
10 Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo.
Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas
nosotros, despreciados.
11 Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos
abofeteados, y andamos errantes.